Entre el capricho y la necesidad. Los ochentas vuelven y no siempre de la mejor manera. Por un lado, el prejuicio causado por el desconocimiento de esta década hace que cualquier epíteto que lleve la palabra “ochentero” provoque la devolución del contenido estomacal de algunos al pensar exclusivamente en Bryan Adams, Bonnie Tyler o Richard Marx. O en otros casos, es tanta la fascinación por el carmín, el polyester, las gafas de espejo, el electro y las líneas interminables de cocaína que “los ochentas” se convierten en sinónimo de desparpajo, excesos y frivolidad, lo cual es también un reduccionismo.

En realidad, es difícil categorizar de una sola manera a una década que se caracterizó por ser sumamente contradictoria. En el ámbito político reinaba la derecha decimonónica de los “Reaganomics” y la mano de hierro Tatcheriana pero también las contraculturas se radicalizaban representando espectaculares batallas campales en todas las urbes. En Centro y Sudamérica sendas guerrillas seguían resistiendo el acoso o se formaban nuevas queriendo acabar de alguna forma con la miseria (no siempre logrando sus objetivos).

El influjo del temor atómico a la tercera guerra mundial asediaba a los ciudadanos a través de los medios. La imagen del cyborg se posicionaba como una metáfora de alcances místicos sobre la lucha y encuentro entre El Hombre y La Máquina. En el panorama global se imponían las devaluaciones, las inflaciones y el desempleo crónico. La utopía sesentera – setentera había muerto, dejando tan solo un rastro de hedonismo que conducía no ya a una comuna de ideales igualitarios, sino al placer, fulgurante y efímero, escondido tras una brillante y sensual falda de poliestireno negra. Claro, siempre y cuando usaras condón para protegerte del SIDA. La era del bondage y el sado-masoquismo fue también la del nacimiento de la pandemia de la carne.

Quizás por eso las expresiones artísticas florecieron y la estetización del mundo fue total: Había que colorear el grisáceo paisaje de la humanidad. Se expande el graffiti y el arte urbano. El arte se vuelve urbano y callejero, más allá de los límites museísticos impuestos por una elite hay una efervescencia popular que se observa en paredes, ropas, bailes y sonidos. La “obligación” por (re) crearse a cada momento y el querer ser diferentes a todo lo anteriormente intentado forjo el carácter de una década con muy poca capacidad de sentir vergüenza por sí misma. Las mezclas, innovaciones y propuestas eran tan únicas y ensimismadas que ahora pueden llegar a ser sonrojantes. Era un deber el cuestionamiento sistemático de las formas dadas. Nada tenía que parecer natural.

De repente, en los noventas, como si la gente despertara de un viaje narcótico, las personas empiezan a sentir vergüenza por su look ochentero: los peinados, la ropa exagerada, la desfachatez de su música. Había que volver a “las raíces”, a lo “natural”, había que olvidar el riesgo y volver a la tranquilidad de los roles establecidos (las mujeres debían vestir como mujeres, los hombres como hombres y el rock, sonar a rock).

En el ámbito estrictamente musical, el gusto por el tradicionalismo duró media década y a partir de la mitad de los noventa los ochentas han vuelto una y otra vez, en forma de innumerables revivals (post punk, post hardcore, post italo-disco, electro clash, new detroit techno, revival del hip hop oldschool....).... Los ochentas se han vuelto el único revival posible, la única década digna de revisionar pero no de repetir. Por que a todos les gustan las bandas que suenan “como” de los ochentas pero luego, las de los ochentas, son “raras” o “cutres”.

Queriendo dar la contra, mostraré que tal década fue todo menos homogénea en lo musical y que en ella hubo prácticamente de todo. Aunque pocos lo recuerden, en los ochentas gente como Tom Waits se encontraba en su mejor momento, John Zorn trastocaba el jazz a martillazos o Afrika Bambataa inventaba el hip hop sobre bases electro de Kraftwerk.

Pero también refrescar la memoria o incluso, dar a conocer, lo básico: el post punk, el synth pop, el indie, el dream pop, el hardcore, el industrial, el techno de detroit, el mal llamado “world beat” y hasta el pop ochentero que secretamente coreamos los que superamos los veinte.

De ahí la idea de revisitar la mayor cantidad de discos posibles, de preferencia aquellos que son básicos y poco conocidos, procurando que la muestra sea versátil abarcando los distintos estilos, las más disparatadas escenas y los más variopintos discursos musicales de una década caracterizada por poseer una cantidad enorme de recovecos en los cuales perderse.
Seremos exhaustivos, pero en el momento en que empiece a dar güeva le paramos, así que bien pueden ser 20, 30, 50 o 100 los discos presentados. Tampoco busquen un orden de importancia creciente o decreciente. Esto no es una “top list”. Tan solo una muestra de mis gustos. Y sin más, Salud!