29 sept 2009

Noche secuencia

Por: Alva Castellón

Cuesta no imaginar los escen
arios como un encuadre de cámara, en el que la luz tenue delinea los instrumentos aún silenciosos, sugerentes de la inminente embestida de sonidos, luces y presencias. Los escenarios son siempre terreno minado, una imagen de entrada estática a punto de explotar. El Lunario no fue la excepción, la pasada noche del 19 de Septiembre, Nacho Vegas irrumpió en escenario mexicano por tercera vez, acompañado de su ahora inseparable Christina Rosenvinge, quien con su habitual desaliño y desenfado, apareció a cuadro para figurar como solista en la secuencia telón del concierto. Afianzada frente al blanco y negro del teclado, la melodía de Animales Vertebrados rompió el silencio; y así, leve y cadenciosa como su voz, ejecutó un breve viaje a guitarra también por Tu labio superior; coqueteando, además, con lo que llamó “su pequeña canción mexicana”, conocida por todos los demás como Muertos o algo mejor. En medio de un fade in, Christina salió del escenario; los demás, nosotros, mientras tanto, tomábamos aire, tomábamos el tiempo fuera con ansiedad y tomábamos no con mucha calma la imposible fila por una cerveza. Y la oscuridad se hizo de nuevo, y trajo consigo un plano general en el que Nacho Vegas ocupaba su lugar al centro del encuadre.

Imaginario encuadr
e de un escenario que se impregnó de La plaza de la Soledad; y de los vértices angulares de aquella imagen, un ambiente estepario susurró al oído. Como golpes a veces virulentos, a veces enamorados, la ingrávida agonía de Nacho Vegas, el melódico sarcasmo de tristeza que cae en su frente, como sus cabellos. De Cajas de música difíciles de parar, el primerísimo plano de un Gang Bang; de El tiempo de las cerezas, los guiños a su primer encuentro con el público mexicano y un tiempo que comenzaba a llover acompañado de Rosenvinge; Crujiendo el Manifiesto Desastre se coreaba en medio de aplausos; y el maravilloso Desaparezca Aquí, con el control perdido y las confusiones ajenas; llevaron al acto inexplicable de un Ángel Simón que pisaba la última mina dispuesta sobre el escenario, haciendo explotar un plano final, uno con profundidad de campo.

Desde ese cierre de secuencia, se dejaba ver un Abraham Boba que iba del acordeón al reino de su piano; aún detrás, era inevitable no verle y no desear que un buen día aparezca con sus propias minas. Una larga noche maravillosa, un Nacho Vegas espléndido y generoso que regresaba cuando jugaba a no volver jamás. Y, al final, sólo a capricho, la pena de no haber sido un Turista Feliz.



1 comentarios:

Noemí Mejorada dijo...

Ah, si, como ya decía, que yo, como muuuchos, quisiera ser un turista feliz aunque sea en profundidad de campo...

;P

Lai Lai... besos!